Nadie nos tiene que enseñar a pedir. De hecho cuando niños, nuestros padres no retaban pedinches (pedigüeño); somos maniáticos del autoservicio de nacimiento. Si dividimos nuestras oraciones en dos secciones: “Para mí” y “ para los demás”, el desbalance sería notorio.
La lección a aprender en esta porción de Reyes, es una fórmula de apariencia contradictoria: los que más piden para otros, más obtienen para ellos. A Dios le complació que la búsqueda inicial de Salomón, no resultó ser una sesión de pedidos personales. No fue una oración autocentrada sino descentralizada. Suplicó gracia para atender a los asuntos del pueblo de Dios a su cargo, y Él lo colmó con una bonificación repleta de bendición inesperada.
A esto se le llama la oración intercesora. Asegúrate hoy, mañana y siempre, que una buena rebanada de tus oraciones sea por los demás; especialmente por aquellos bajo tu cargo, cuyo cuidado es surtido por el flujo de la gracia de Dios a través tuyo: como en el caso de Salomón para con el Pueblo.
9 Da, pues, a tu siervo un corazón con entendimiento para
juzgar a tu pueblo y para
discernir entre el bien y el mal. Pues ¿quién será capaz de juzgar a este
pueblo tuyo tan grande? 10 Y fue del agrado a los ojos del Señor que Salomón pidiera
esto. 11 Y Dios le dijo: Porque has pedido esto y no has pedido para ti larga
vida, ni has pedido para ti riquezas, ni has pedido la vida de tus enemigos,
sino que has pedido para ti inteligencia para administrar justicia, 12 he aquí, he hecho conforme a tus palabras. He aquí, te he dado un
corazón sabio y entendido, de modo que no ha habido ninguno como tú antes de
ti, ni se levantará ninguno como tú después de ti. 13 También te he dado lo que no has pedido, tanto riquezas como gloria,
de modo que no habrá entre los reyes ninguno como tú en todos tus días. 14 Y si andas en mis caminos, guardando mis estatutos y mis
mandamientos como tu padre David anduvo, entonces prolongaré tus días.